Nuestros hijos se enfrentan a los mismos obstáculos que Einstein
Les cuento una pequeña anécdota que le ocurrió en el colegio a Claudia, la hija de 4 años de unos amigos. Estaba trabajando con los números y la maestra le pidió que dibujase cinco pollitos y luego los coloreasen. La niña pintó los dos primeros pollitos de color amarillo y los restantes, de varios colores. Acto seguido, la profesora rompe su hoja, la tira a la basura y le pide que repita la actividad. Claudia llora desconsolada y lo repite de mala gana. A la salida de la escuela, la maestra se acercó a su madre pidiéndole que intervenga porque la niña es muy cabezona. Comentario de Claudia en casa: ya sé que los pollitos son amarillos, pero quedaban más bonitos de muchos colores. No entiendo por qué la maestra lo rompió todo en trocitos.
Salvando unas ‘pequeñas diferencias’, una frustración parecida debió sentir Albert Einstein cuando su profesor de física del politécnico, Jean Pernet, le puso un uno en el curso de Experimentos de física para principiantes. Es conocida la proverbial insolencia, falta de esfuerzo e indisciplina del extraordinario científico en su etapa académica del Politécnico de Zurich (aprobaba física justito y suspendía matemáticas). Walter Isaacson narra en su obra Einstein. Su vida y su universo que Pernet preguntó un día a Einstein: “¿Por qué está estudiando usted física en lugar de medicina o abogacía?”. Y el estudiante respondió: “Porque para esas materias tengo todavía menos talento”. Einstein realizaba los experimentos a su manera y Pernet preguntaba a su ayudante: “¿Qué vamos a hacer con Einstein? Siempre hace algo distinto de lo que le he ordenado”. El resto de la historia, esta vez con final feliz, ya lo conocen ustedes.
Hace unos días me enviaron esta divertida y didáctica conferencia de Ken Robinson en el TED. Sir Ken Robinson (autor de El Elemento. Descubrir tu pasión lo cambia todo) es un experto en el desarrollo del potencial humano y en esta intervención plasma los mecanismos mediante los que el sistema educativo racionalista que impera en occidente ahoga la infinita creatividad del ser humano. El TED es una organización sin ánimo de lucro dedicada a la amplificación de ideas inspiradoras. Comenzaron en California en 1984, como una conferencia anual donde se juntaba la gente más extraordinaria del planeta en torno a la tecnología, el entretenimiento y el diseño (de ahí sus siglas TED, del inglés ‘Technology, Entertainment, Design’). Su página web es el sitio de referencia para quienes buscan otra forma de ver el mundo.
No pretendo cargar las tintas contra la escuela o los educadores. Entre los maestros hay auténticos héroes tristemente infravalorados por nuestra sociedad. La educación en Occidente sigue un paradigma que ha sido tremendamente útil para traernos hasta aquí. Nos ha procurado abundancia material y crear sociedades del bienestar. Por ello debemos estar agradecidos. Ahora debemos superar un modelo que se ha quedado obsoleto, que encorseta a los niños y jóvenes en camisas de fuerza, en patrones donde la lógica y la memorización de conocimientos aplastan y anulan la imaginación y la creatividad. Son estas últimas con las que debemos aliarnos para superar esta crisis y alumbrar un nuevo modelo de sociedad. La crisis actual no sólo es económica sino que afecta profundamente a múltiples facetas del ser humano. Estamos pidiendo a gritos una nueva manera de hacer las cosas en economía, en gestión de empresas, en política, en medicina y salud, en la manera de relacionarnos, de comunicarnos, en lo lúdico, etc.
Es evidente que todas las profesiones adolecen de falta de creatividad. El cambio empieza por una nueva educación (a los interesados en el tema les recomiendo La metamorfosis necesaria en la escuela de Carola Von Garnier). En los colegios es donde se empieza a matar la creatividad. Aquí es donde hay que actuar inmediatamente. Al ser este de dudosa rentabilidad política (‘tocar’ la educación es algo que sólo da resultados a largo plazo), ningún político quiere agarrar el toro por los cuernos. Seguimos con mensajes trasnochados (‘esfuerzo y disciplina’) y los alumnos ya no saben para qué estudian y sufren por la inutilidad de su esfuerzo. Démosles contenidos que despierten su curiosidad, su imaginación, su inteligencia y su creatividad y su esfuerzo, motivación y trabajo estará garantizado. Los resultados no se harán esperar.
El sabio indio Krishnamurti, se preguntaba si realmente amamos a nuestros hijos. “¿Habría guerras si amáramos a nuestros hijos?, ¿Si los amasemos, seríamos nacionalistas, estaríamos divididos en grupos separados, constantemente destruyéndose unos a otros?... Hoy en día la educación es simplemente para hacer a los niños eficientes, para enseñarles una técnica, el modo de ganarse la vida; y la eficiencia, evidentemente, trae consigo la crueldad. No es que uno deba ser ‘ineficiente’; pero el afán de ser eficiente, esa constante atención puesta en el éxito, tiene que acarrear lucha, oposición y contienda”. Vivimos desde hace tiempo un proceso de desintegración como seres humanos. Los niños lo sufren de manera muy especial. Para tener seres humanos integrales, sin confiar sólo al genio excepcional de hombres como Einstein, Picasso, Mozart, Newton o Da Vinci, debemos empezar por transformar la educación y que las personas conozcan el proceso total de si mismos. Y no puede darse este conocimiento si basamos todo en el cultivo del intelecto y la acumulación de datos. Este es un aprendizaje superficial.
Proceso hacia la creatividad
El cambio debe ser hecho teniendo en cuenta las emociones, tomando conciencia del propio cuerpo para llegar después al intelecto. Esto es lo que propone el movimiento Pedagogía 3000. El niño y la niña de hoy han cambiado a una velocidad que sobrepasa en general la capacidad de educar de padres y profesores. Sus niveles de sensibilidad, captación y empatía son extraordinarios. Esto choca frontalmente, con un sistema escolar en crisis, en el que los educadores buscan nuevas maneras de motivar a unos alumnos apáticos y rebeldes respecto a la educación que reciben y la sociedad en constante cambio en la que se desenvuelven. Gran parte del problema radica en la dificultad de acoger los cambios que los jóvenes muestran en sus intereses, valores y pautas de aprendizaje. Educar en el tercer milenio es facilitar a nuestros hijos e hijas un proceso hacia la creatividad (nuestra esencia como seres humanos), hacia la libertad (capacidad de elección consciente) y hacia una visión integral de sí mismo.
Necesitamos una educación del corazón que promueva valores entre nuestros hijos e hijas como la generosidad, la tolerancia y la compasión, para crear y elegir en una sociedad multicultural, tecnológica y global. La educación debe enfocarse hacia el reequilibrio interno del alumno y la gestión consciente de los tres sujetos en diálogo que residen en cada ser: el que intuye (la parte instintiva), el que razona (la parte intelectual) y el que siente (la parte emocional), sin olvidar que nuestro cuerpo no es un mero transporte de todos ellos y goza de inteligencia propia. Una democracia participativa entre el instinto, la capacidad amorosa y nuestros talentos únicos nos permitirán desarrollar un verdadero ‘Ser Sabio’. Las generaciones de adultos estamos siendo invitadas a plantar estas semillas.
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